Beirut: Cicatrices de la guerra

Salome Ietter, traducido por Aino Lehtonen
21 Octobre 2015


Es difícil pasar sin ver las calles de Beirut, llenas de recuerdos de un periodo muy traumatizante para el país. En 1975 empezó la guerra civil que duraría 51 largos años, despertando el entusiasmo fomentado por la independencia del país. Para muchos, las cicatrices desfiguran el país, mientras que para otros son una fuente de inspiración. Cada guerra tiene sus memorias, sus sobrevivientes y su esperanza de “nunca más”. Dania, una libanesa que nació en Beirut durante la guerra, ofrece al Journal International sus recuerdos del conflictivo periodo.


Debajo del puente Fouad Chéhab, Beirut. Créditos Salomé Ietter
La geopolítica de los países vecinos significa mucho para un país, y aún más para el Líbano. Ya mucho antes de esta guerra que no tiene nada de “civil” además de su nombre, fueron sobre todo el año 1967 y la victoria israelí los que cambiaron el status quo en la región. El Líbano se encontraba dividido entre grupos pro-palestinos, listos para luchar contra Israel y entre grupos nacionalistas que se preocupaban más por la soberanía de su país. Como en otros países árabes, la derrota y la demostración de fuerza israelí en 1967 cristalizaron las tenciones ya existentes desde la creación del Estado de Israel. Ciertos grupos, en su mayoría musulmanes y grupos de izquierda, se inspiraron de la presencia de los refugiados palestinos e hicieron de la causa de éstos su leitmotiv. Así, milicias palestinas, pro-palestinas y nacionalistas se desarrollaron simultáneamente.

El 13 abril de 1975, miembros de las Falanges Libanesas mataron a los 27 pasajeros palestinos de un autobús. Las Falange Libanesa, o Kataeb, es un partido político principalmente cristiano, con ideas extremistas de nacionalismo. A pesar de la alianza establecida durante la guerra, bajo el aura de “Fuerzas Libanesas”, se observaron disensiones en los últimos años del conflicto con otros partidos cristianos, que juzgaban a las Falanges como demasiado sectarias, o incluso fascistas. El elemento nacionalista es quizás preponderante en el aspecto religioso, pero en tiempos de guerra se aprovechan todos los marcadores de identidad para unir la población. Como describe Amin Maalouf las identidades cambian según las circunstancias. Esta propensión a asociar la identificación religiosa a la identidad política condujo a un conflicto civil, religioso e interconfesional. La fecha de ese sobrío 13 de abril ha quedado como fecha oficial del inicio del conflicto. La matanza y el armamiento de los grupos palestinos provocaron una explosión de problemas.

La “batalla de los hoteles” vació casi inmediatamente los grandes hoteles de Beirut. El enfrentamiento destruyó uno de los símbolos más fuertes de boom económico: la hospitalidad libanesa y la bienvenida a los turistas. El hotel Holiday Inn, que había abierto sus puertas tres años antes de su destrucción, contaba con 500 dormitorios y un restaurante panorámico. Este representaba la confianza que las cadenas de hoteles prestigiosos habían depositado en el país . Hoy en día, Holiday Inn es una cáscara vacía que no puede ofrecer a los turistas más que el triste espectáculo de sus muros agujerados por impactos de bala.

Holiday Inn, Beirut. Créditos Jason Florio
La vida cultural, también símbolo de la modernidad libanesa, fue rápidamente afectada por los combates. Dos ejemplos de la destrucción son las ruinas del primer y más grande cine libanés e incluso la maravillosa estructura del Gran Teatro, en fase de recuperación desde hace años, que en el pasado acogía a grupos y artistas reconocidos en Europa y en Oriente Medio.

¿Quién participó en la guerra?

El Huevo, o la Cúpula, fue el primer y más grande cine del Líbano en los años 50. Durante la guerra civil, la mayor parte de la construcción fue destruida. Créditos Salomé Ietter
Como lo muestran las imágenes, el corazón de Beirut se ha convertido en un campo de batalla entre las fuerzas que aún hoy en día no pueden ser identificadas con precisión. Libaneses, ciertamente, pero también combatientes u oportunistas de otros países. Las alianzas han cambiado durante la guerra, así como la implicación de los poderes extranjeros. Muchos libaneses tienen la sensación de que esta guerra se hizo “por otros y para otras naciones”. Dania comparte este punto de vista: “Todavía no entiendo claramente quien empezó la guerra. Son grupos fanáticos armados del interior y del exterior. Ciertas personas que tenían interés en defender la causa palestina, y otras que no la deseaban. No hace falta mucha gente para sembrar el terror, con una persona que decapite a otra basta para empezar una guerra.”

Gran Teatro. Créditos Salomé Ietter.
Esta idea de balanceo en la guerra pende de un hilo, de una vida, y se encuentra en la progresión mortífera de conflictos que daban ritmo a los años llamados “guerra civil”. Como subraya Dania, si la persona cometiendo el acto desencadenador, tiene una opinión ideológica además de su proyecto político de oposición o de apoyo, se asocia fácilmente. Por consecuencia, han circulado muchos rumores sobre una cooperación israelo-cristiana.

Después del homicidio del hijo del fundador de las Falanges Libanesas, Bachir Gemayel, , las Fuerzas Libanesas respondieron con masacres a hombres, mujeres y niños en los lamentablemente conocidos campos de Sabra y Shatila, y eso bajo la supervisión israelita. Ésta invadió el sur del Líbano en 1978, y su operación “Paz en Galilea” le permitió asediar Beirut en el verano de 1982, provocando así la creación del Hezbolá, el cual haría de la lucha contra Israel, su caballo de batalla. A su vez Siria entró en el conflicto en 1976, inicialmente para proteger a los cristianos y después para defender a los palestinos. El juego de alianzas y oportunismo se basó en la fragilidad y la afinidad confesional, ampliando su voluntad de revancha.

La línea verde y la diferencia de confesiones: ¿guerra civil o cooperación?

Para los libaneses, en 1975, comenzaba a instalarse una vida de vigilancia, de puestos de control, de segregación, de toques de queda y de ansiedad. La familia de Dania vivía en ese entonces, y todavía vive, en el barrio de Hamra en su mayoría habitado por musulmanes, pero donde aún siguen viviendo familias cristianas, en el mismo edificio que la familia de Dania. Sin embargo, a partir de 1976 los cristianos de Beirut del oeste eran fuertemente incitados a ir hacia Beirut del este, al otro lado de la infame “Línea verde”. Su nombre deriva de la vegetación que creció a lo largo de la calle de Damasco, abandonada por la población.

La “casa amarilla” en su posición estratégica a lo largo de la línea verde. Créditos Salomé Ietter
La “casa amarilla”, o edificio Barakat, nombrada así según sus antiguos propietarios, representa otro símbolo de preguerra para los habitantes de Beirut. Por su arquitectura, la diversidad de sus habitantes, al igual que por su ubicación desafortunadamente estratégica, – junto a la línea de demarcación – hoy todo lo que queda de la bonita casa de los años 1920 es una cáscara vacía, una fachada que atestigua con sus marcas de impactos de bala, una herencia oscura. Tras un proyecto en colaboración con Francia, la casa se convertirá en algunos meses o años en un museo de la ciudad de Beirut.

Y sus impactos de balas. Créditos Salomé Ietter

La antigua línea verde. Créditos Salomé Ietter
El Museo Nacional, ubicado a lo largo de la calle de Damasco, también fue destruido por la guerra y los disparos de los francotiradores que dañaron obras maestras. Es otro lugar donde la memoria de la guerra está fresca. Un vídeo de unos veinte minutos rinde homenaje a los hombres y mujeres que trabajaban antes, durante y después de la guerra para salvar los tesoros arqueológicos que datan de hace varios miles de años. No obstante, cuando nos basamos en los testimonios, la segregación no era tan clara en los hechos, si se le veía como una voluntad política presentada como la solución de más seguridad. Durante su juventud, hasta 1988, Dania no podía ver ni el centro de la ciudad, ni el Beirut del este. Sin embargo, los cristianos viviendo en su edificio en Beirut del oeste no obedecían los órdenes de unirse con los cristianos en Beirut del este. Preferían ser leales a amigos y vecinos.

Mosaico destruido por un tiro de francotirador, Museo Nacional de Beirut. Créditos Salomé Ietter
Durante 15 años, la vida cotidiana se basaba en combates y en periodos tranquilos. Cuando se calmaba la situación, la vida retomaba casi un curso ordinario. Las escuelas intentaban recuperar el retraso, algunas tiendas se abrían. La escuela de Dania, situada en Hamra, se quedó abierta durante toda la guerra. Hoy le agradece profundamente a la directora de la escuela francesa y protestante, que se quedó, a pesar de los conflictos, para asegurar la educación de los niños.

De hecho, Dania recuerda sobre todo momentos positivos e incluso ríe de ciertas memorias: “esconderse en un teatro en el momento del examen dictado, fue estupendo. De niños, no sabíamos que el hecho de no tener exámenes podía significar la muerte”. Durante periodos de combate, en ocasiones ocurrían bombardeos en el barrio de su escuela. “A veces nos quedábamos en la escuela durante horas. Nos escondían bajo el patio del gimnasio. Lo más peligroso durante las guerras de barrio es desplazarse”. Destaca: “Había que organizar la salida. Las milicias tenían que descansar y comer, así que sabíamos cuando salir”. De este modo, había que organizar su vida cotidiana para arriesgarse lo menos posible.

Cada uno vivía en su lado, y los misiles se respondían. Una de sus camaradas de clase fue alcanzada por un explosivo. Sin embargo, a pesar de todo el horror, Dania nunca fue directamente ni físicamente confrontada a las atrocidades. De forma relativa, afirma: “tuvimos mucha suerte”. Recuerda muy precisamente la noche en que bombearon su edificio. Mientras que se refugiaban en un lugar seguro, el padre de Dania fue a ayudar a su vecino, atrapado en su apartamento en llamas a causa de una bomba. “Mi padre es muy fuerte, era heroico durante la guerra y ayudaba a salvar a la gente. Incluso le dieron un revolver para que fuera el delegado de nuestro edificio y nos protegiera’.

Recuerda a una vecina gritando: “Van a decapitarnos”, y otra que le respondió: “¡Cállate, hay niños!” Hoy, se ríe de estas reacciones a la ansiedad, de los gritos, pero las recuerda muy bien. La noche del bombardeo es el único recuerdo tan claro que tiene de la guerra. “Era sobretodo el sonido que me daba miedo. No me vino en mente que podría ser asesinada o decapitada, pero tenía miedo del ruido, tenía miedo por mis padres y por mi hermana”. De madrugada, salieron todos al barrio. “Encontramos los coches bajo los escombros del edificio. No había ningún vidrio intacto – ¡salvo el nuestro! dijo Papa: ‘tenemos mucha suerte, no tendremos que pagar los vidrios”. Recuerda todas las carcajadas de los vecinos, afortunados en su desgracia. “Yo pregunté por qué nos reíamos tanto, y me respondieron que porque aún estábamos vivos.”

En realidad había un fuerte vínculo entre los cristianos y los musulmanes del edificio. Aquí, la identificación no se basaba solamente en la religión. Dado que conocían mejor ciertas amenazas, los amigos cristianos de su padre le aconsejaban sobre los desvíos en la ruta y los mejores caminos para tomar. Así sobrevivieron los padres de Dania. Para ella, algunos episodios un poco más divertidos marcan esta época. Así, ciertos acontecimientos de la vida diaria fueron amplificados por las condiciones de vida. A Dania le gusta hablar de la Navidad de cuando tenía 6 años cuando todos festejaron, cristianos y musulmanes juntos. Aquel año, el peluquero, que era muy flaco, fue Papá Noel. Para Dania era muy raro un Papá Noel flaco. “En los calcetines encontramos goma de marcar y chocolates. Y dije ‘¡Qué avaro Papá Noel’! Años después, entendí que muchas tiendas estaban cerradas, y que no teníamos suficiente dinero”.