« ¡Todas las niñas a la escuela! »

Maria-Cristina Dinu
24 Novembre 2014


La reanudación de las clases es un momento que genera reacciones muy diversas en los países occidentales. Claro, la revuelta contra el sistema educativo es un lujo, porque hacemos parte de los estudiantes privilegiados que pueden ir a la escuela. Sin embargo, la situación global permanece alarmante: un millón de analfabetas en el mundo, entre los cuales 2/3 son mujeres. Podemos entonces preguntarnos por qué todavía hay una discriminación de las chicas, a pesar de los progresos que hizo la humanidad en este ámbito.


Las estadísticas muestran que sólo un tercio de los chicos escolarizados en el mundo son chicas, la mayoría viviendo en países desarrollados occidentales. En una concepción universal, el acceso a la educación corresponde al grado de libertad en un país y al sistema democrático establecido. Las regiones más afectadas por el analfabetismo siguen siendo África central y una gran parte de Asia. La desigualdad entre las chicas y los chicos es muy visible en países como Yemen que impide que más de 80% de las jóvenes vayan a la escuela. Esta lógica se funda en la concepción según la cual la mujer está destinada a quedarse en el hogar, para cuidar de su marido e hijos. Su eventual escolaridad es percibida como un despilfarro de tiempo y de recursos financieros, que no trae beneficios.

Esta situación delicada no pasa desapercibida; las autoridades intentan establecer acuerdos internacionales con el objetivo de aplicar el derecho a la educación del niño. Varios países reunidos en Dakar en 2000 en un foro mundial sobre la educación fijaron objetivos precisos para 2015. La resolución adoptada pretende “suprimir las disparidades entre los géneros en la enseñanza primaria y secundaria de aquí al año 2015 y lograr establecer antes del año 2015 la igualdad entre los géneros en relación con la educación, en particular garantizando a las jóvenes un acceso pleno y equitativo a una educación básica de buena calidad con las mismas oportunidades de éxito.” Aunque sea una bella iniciativa, esta propuesta no es muy bien acogida por las comunidades cerradas que mantienen una lógica consuetudinaria, contraria a la igualdad de los géneros.

Malala Yousafzai: símbolo de la lucha para la educación en Pakistán

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En Pakistán, la tasa neta de participación de las chicas en la escuela secundaria se sitúa al alrededor de los 28%, conforme a la evaluación hecha por UNICEF. En las regiones del norte del país, la escolarización de las chicas está prohibida por motivos religiosos, a raíz de una interpretación errónea del Islam. Del mismo modo, la pobreza es otro factor que contribuye al abandono escolar. Los niños tienen que mantener a su familia; representan el 17% de la población pakistaní que trabaja. La situación crítica de Pakistán se hizo muy conocida, gracias a la historia de Malala Yousafzai, galardonada del Premio Nobel por la Paz, una joven de 15 años, originaria de la provincia del Swat, víctima de un atentado instrumentalizado por los talibanes en 2012. Esta adolescente, que se volvió el símbolo de la lucha para la educación de las chicas en Pakistán y contra el fanatismo religioso, fue gravemente herida por una bala en la cabeza al salir de su escuela. 

Fue en aquel momento cuando la comunidad internacional empezó a poner en tela de juicio el problema del acceso a la educación. Este atentado terrorista que pretendía matar a una chica que ejercía uno de sus derechos fundamentales ilustra la concepción errónea fundada en una desigualdad del género que persiste en el mundo. 

Exiliada en Inglaterra a causa del terrorismo presente en su país de origen, Malala sigue luchando en favor de la instrucción de las chicas a través de sus discursos emocionantes. Con sólo 16 años, la joven pakistaní afirma ante la Asamblea general de las Naciones Unidas: “Nuestros libros y nuestros bolígrafos son nuestras armas más poderosas. Un profesor, un libro, un bolígrafo, pueden cambiar el mundo.” Ayudada por su padre, profesor y director de una escuela en Pakistán, Malala funda “The Malala Fund”, una organización muy presente al nivel internacional. Entre las campañas más importantes, encontramos “Bring back our girls”, iniciada después del rapto de las alumnas de enseñanza secundaria de Chibok (Nigeria) por los islamistas de Boko Haram en abril de 2014, que acusaron a las adolescentes de seguir un tipo de enseñanza demasiado occidental. Una vez más, el extremismo religioso impide el ejercicio del derecho a la educación. 

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El caso de Malala no es el único ejemplo de un destino excepcional. Gracias a sus páginas Facebook e Instagram, nos enfrentamos a las historias de otras chicas que se involucran en la lucha contra la desigualdad. Nazia, una joven pakistaní, sólo tenía 5 años cuando su padre la casó con un hombre mucho más viejo, en compensación de un asesinato cometido por su tío. A los 12 años, tiene que abandonar la escuela por causa de la falta de dinero de sus padres que ya no pueden mantenerla. Después de algunos años de silencio, está decidida a reclamar su derecho a la educación, afirmando que ella es “Stronger than poverty and fear” (Más fuerte que la pobreza y el miedo), el eslogan que fue adoptado por miles de mujeres encontrándose en la misma situación. En efecto, esta oración engloba el deseo de que la educación y la emancipación de las chicas constituyan una prioridad al nivel mundial. “Cada chica y cada chico tiene la capacidad de cambiar el mundo siempre que se le dé la oportunidad.