La reciprocidad de la radicalización: ¿Quién será el más fuerte en Somalia?

Salomé Ietter, traducido por Melina Arellano
28 Février 2015



En medio de una recomposición, el desafío del nuevo equipo de gobierno somalí será el de recobrar la paz en un país destrozado por 20 años seguidos de guerra civil. En otras palabras, deberán ganar la guerra contra Al Shabab, grupo islamista y principal oponente del gobierno. Un desafío redundante, cuyas probabilidades de éxito parecen pocas, frente a una corrupción endémica y una legitimidad por los suelos que exacerban lo obsolescente que es la lucha antiterrorista.


Crédit Tobin Jones, AFP
Crédit Tobin Jones, AFP
Mogadiscio, sábado 10 de enero, 14:00 horas. Los ministros de Relaciones exteriores de Kenia, Etiopía, Sudán del sur y Yibuti discuten alrededor de una mesa sobre los procesos de resolución del conflicto somalí. El ministro interino de Relaciones exteriores somalí, Dr. Abdirahman Beileh, se dijo satisfecho de que Mogadiscio sea lo suficientemente segura para recibir una conferencia de tal importancia, descrita como una reunión inédita en 30 años. Cierto, salvo que afuera la seguridad necesitó un batallón de fuerzas armadas patrullando, un acordonamiento de la ciudad y el cierre de todos los comercios.

Aunque Al Shabab ha sufrido grandes derrotas militares y, entre otras cosas, la pérdida de figuras importantes del movimiento, no se han debilitado sus capacidades operacionales. Dos días después de la muerte del líder Ahmed Abdi Godane, tras un ataque aéreo el 6 de septiembre de 2014, sus partidarios respondieron con un atentado suicida en el norte de la capital.

Radicalización e intervención

El objetivo declarado de los Shabab (“juventud” en árabe) es la creación de un Estado islámico en Somalia. Son considerados como una organización terrorista por Estados Unidos, Australia, Reino Unido, Canadá, Noruega, Nueva Zelanda y Francia, y se estima que cuenta con miles de miembros. Son originarios de una milicia radical de la Unión de los Tribunales islámicos (UTI), una organización que fue ganando peso y poder a principios de los años 2000. La UTI es una alianza de tribunales islámicos, que aplican la sharia (ley islámica), instaurada con el fin de responder a la necesidad de justicia y paliar la ausencia del Estado en ese ámbito.

Según algunos observadores, la UTI consiguió una aparente paz después de 15 años de guerra civil, pero no por eso dejó de ser una forma de poder no estatal, no manipulable y, con más razón, amenazadora por su opacidad. Ahora bien, la oposición a la invasión etíope-estadunidense, la cual percibe una clara amenaza de terrorismo entre los miembros de la UTI, acabó radicalizando a algunos. Más tarde, fue el pequeño grupo de los Shabab el que recogió, en parte, los frutos de esta radicalización.

Para Roland Marchal, los Shabab surgieron durante esta intervención militar, lo cual nos recuerda la ineficacia destructora de combatir el mal con otro mal. También nos recuerda la incomprensión entre dos modelos de gobierno, entre culturas diferentes, a la cual se suman las estrategias de los actores. Y aunque parezca fácil echarle la culpa a los estadunidenses, es importante no dejarlos aislados. En Somalia, esta decisión militar que los ha hundido en una guerra de terrorismo infinito, fue la decisión de una multitud de actores.

Para Etiopía, Al-Qaeda tenía un dominio sobre la UTI a través de este grupo islamista. Y aunque los Shabab eran entonces un pequeño grupo, muy minoritario, la tesis inicial era que la intervención militar permitiría la erradicación total de la UTI. Así pues, los etíopes, cuyos intereses se correlacionaban con los de EE.UU., beneficiaron desde 2001 de una asistencia multiplicada por 17, entre 2001 y 2004, de entrenamientos por parte de consejeros estadunidenses y de medios aéreos importantes para su ejército profesional. En la primavera de 2007, la UTI cae, en parte, a causa de la fuerza de la invasión etíope-estadunidense y, en parte, a causa de divisiones internas.

Los Shabab salen beneficiados de la derrota: cuanta más gente movilizan, más se radicalizan, a pesar de cometer algunos errores estratégicos. Su popularidad depende de las regiones. Aun así, controlan una gran parte del territorio somalí y refutan la autoridad del gobierno.  A primera vista, su aplicación de la sharia depende de una visión del Islam salafista y rigorista. 

El mito nodal y unitario

Linda Nchi es el nombre de la operación militar lanzada por Kenia desde octubre de 2011 en Somalia, después de un largo periodo durante el cual el país no se posicionó por una guerra civil somalí. El atentado de Nairobi en septiembre de 2013, particularmente mortífero y organizado, se veía en ese entonces como un ataque punitivo de parte de los Shabab, blancos directos de la intervención keniana. Ahora bien, más allá de la violencia mortífera del ataque, hay que destacar las divisiones entre los dirigentes Shabab sobre qué respuesta darle a esta intervención. La balanza (el líder) se inclinó a favor de los partisanos de una réplica punitiva, pero se dice que otros aconsejaron abstenerse, pues Nairobi seguía siendo una base de retaguardia logística útil para el movimiento.

El uso de la violencia siempre suscita debates y sería ingenuo pensar que una unanimidad perversa decide emplear un atentado como primera opción. Por lo demás, esta complejidad es visible en los modos de gobernación de las zonas controladas por los Shabab. Existen diferentes maneras de aplicar la sharia y de comportarse para con los pueblos. A pesar de que en los medios se les presenta como asesinos, no son sólo un grupo terrorista, sino que también gobiernan, colectan impuestos y redistribuyen una parte de las riquezas.

No podemos decir que Al Shabab sea más fuerte que nunca, el movimiento acaba de perder a su líder. Pero por otro lado, sería completamente ilusorio pensar que Al Shabab es una organización que va a desmoronarse mañana por la mañana. Lo que también vemos es que cada vez que uno de los dirigentes importantes del movimiento ha sido asesinado, ha habido una reacción, es decir un ataque terrorista significativo.” (Roland Marchal, encargado de investigación en el CNRS (el Centro Nacional de Investigación Cientifica francés), especialista de los conflictos armados en África subsahariana 2014).

Sin embargo, la manera en que se dirigen las políticas intervencionistas a menudo está embrollada por concepciones nodales y unitarias. Nodales ya que se piensa, sin razón, que un grupo tiene un núcleo, un corazón y una periferia que sigue a éste. Que si se mata al corazón, se mata al cuerpo. Ese es el objetivo declarado de los ataques aéreos. En diciembre pasado, el ministerio estadunidense de la Defensa declaró que el blanco del ataque era un alto responsable de los Shabab. El ataque logró su objetivo, matando al nuevo responsable de los servicios de inteligencia del grupo islámico. La muerte de Godane también fue considerada como una victoria crucial. Esta estrategia parece ingenua tomando en cuenta la pluralidad de opositores, a los que se les pinta como un grupo uniforme, lo cual es absurdo.

Esta cohesión, que existe en ciertos niveles, tiene su terreno fértil bajo el fuego militar. Las víctimas tienden a reunirse, aunque no a fuerza con las corrientes más radicales de la oposición. Pero si ellas logran tener un impacto positivo sobre la inseguridad que se vive cada día entre los ciudadanos, su popularidad tiene muchas probabilidades de aumentar. Los Shabab también se han enfrentado a la resistencia popular. Incluso así, con la invasión, las injusticias que provocó y las medidas cotidianas – como el aumento de impuestos –, una parte significativa de la población se va a poner de su lado.

La concepción de Al-Qaeda “ha logrado transformar una organización minoritaria en una fuerza que ahora controla el 80% del territorio del centro y del sur de Somalia, y mucho más en términos de población” (Roland Marchal, 2007). Unitarios ya que se piensa que las redes terroristas están ligadas unas a otras, como una inmensa telaraña. Los Shabab mismos están divididos en términos de concepción de la lucha en nombre del islam. Numerosas facciones rivales fracturan la unidad del grupo. Fuera de la ambición personal de cada uno, también se denota una división entre partisanos de una revolución islámica mundial y aquellos centrados en un objetivo nacionalista. En junio de 2013, dos de los jefes históricos, Ibrahim Haji Jama Mead y Abdul Hamid Hashi Olhayi, fueron asesinados por miembros del grupo. Los vínculos con Al-Qaeda también pueden ser criticados. Osama Bin Laden rechazó un acercamiento de su organización con los Shabab durante mucho tiempo porque juzgaba sus métodos como demasiado extremistas.

Fue finalmente en el 2012 cuando el nuevo líder de Al-Qaeda, Ayman al-Zawahiri, aceptó la petición de los Shabab. Ahora bien, hoy en día se duda nuevamente de esta lealtad. Se dice que algunos miembros del movimiento privilegian ahora la alianza con el Estado Islámico. Así pues, este grupo está formado por una multitud de individuos, emocionales, ambiciosos, pero también reflexivos y estratégicos. Una prueba de que el individualismo prima sobre la lógica de un grupo uniforme puede encontrarse en la rendición del jefe de la inteligencia de los Shabab, Zakariya Ismail Ahmed Hersi, en diciembre pasado. Los Shabab le restaron importancia a este acto; pero fue precisamente porque la expresión individual, abiertamente declarada como disidente, amenaza la apariencia de un grupo fuerte y unificado que quieren dar los Shabab.
Crédit infographie Le Monde
Crédit infographie Le Monde

La legitimidad importada

Somalia se volvió oficialmente, en el 2006, un lugar de guerra contra el terrorismo internacional. La legitimidad de la acción fue importada, guiada por una lógica basada en los acontecimientos internacionales. La convergencia con los intereses locales solo se puede observar en el marco de la elite. Existe un abismo entre lo que los gobiernos locales consideran como legítimo y lo que las poblaciones locales perciben. Sin hablar de la corrupción, que malversa un tercio del presupuesto estatal proveniente de la ayuda internacional. Si el Gobierno Federal de Transición (GFT) no tiene claramente el apoyo del pueblo, sí que tiene el de los capitales internacionales.

La inaprensible amenaza terrorista

La dinámica intervencionista está muy marcada por un predominio de optar por una militarización.  El terrorismo, por su violencia que parece poder atacar “aleatoriamente”, hace fácilmente que sus víctimas se atrincheren. En la escala individual, el terrorismo provoca conmoción. En la escala de nuestros Estados, el terrorismo es una amenaza como cualquier otra, que se debe manejar y “prever”. Sin embargo, el terrorismo no siguió siendo una simple probabilidad estadística a la que se le podía buscar una solución racional. Por su carácter inaprensible e imprevisible, justifica las inyecciones de seguridad con las que se droga a nuestra política. 

La guerra justa

Es así como hoy en día, la lógica de la defensa propia prima sobre la lógica policial y del uso de la justicia. El concepto de la guerra asimétrica responde a esta justificación; fue teorizado mucho antes del 11 de septiembre y se puede definir como una guerra entre un estado de derecho y un enemigo ilegítimo o inhumano. No se le da ninguna legitimidad a su acción ni a sus reivindicaciones, pues la violencia desacredita el acto, y no se negocia con terroristas. Por lo demás, si se vuelve en el tiempo, el 6 de diciembre de 2006 los Estados Unidos autorizaron que la Unión africana interviniera en Somalia, a través de la resolución 1725, a pesar de que, en teoría, las negociaciones se debían retomar 10 días después.

El mito de la seguridad a cualquier precio

Después del 11 de septiembre y con la “Guerra contra el terror”, la lógica de “el peor de los casos” fue impregnando progresivamente las decisiones estratégicas en materia de lucha contra el terrorismo. Nació un “derecho a la seguridad” que todavía hoy se usa como estandarte del mundo “libre”. La aceptación común del “cuanto más seguros estamos, más felices vivimos” es falsa. La libertad, que preferimos sacrificar ante el altar de la seguridad colectiva, da miedo. Con el poder discursivo que todos nosotros propagamos, manipulamos nuestros propios miedos, persuadidos de que lo que se aplica a nosotros no se aplica a los demás, como si, a fin de cuentas, los demás no fueran verdaderamente humanoso no respondieran a la misma complejidad social. 

La opinión, y todo el mundo, desempeñan un papel en la elección de estrategias de defensa y, en particular, de lucha antiterrorista. La exigencia de decisiones rápidas muy probablemente llevará a medidas a corto plazo, en general motivadas también por plazos electorales que se acercan. La demagogia toma el relevo y ahí se acaba el papel de las instituciones democráticas: elegimos a personas que queremos que sean más sensatas que nosotros para decidir, pero luego deseamos que reaccionen como nosotros reaccionaríamos en su lugar.

En sociedades donde el activismo religioso es visto como una “herejía” por la laicidad establecida de las potencias extranjeras, algunas franjas de la población no consideran otros medios de expresión más que la violencia. Es una decisión tomada a costa de otras alternativas, así como la militarización de la lucha es una decisión que se tomó así existieran muchas otras. La acción puede ser terrorista, pero el grupo no lo es. Al asociar la acción a su protagonista, al hacerlos dependientes de un islamismo-trastero, se evita confrontarse al hecho de que un acto terrorista puede ser cometido de manera libre y elegida, por una multitud de razones posibles. Aunque el terror es un error estratégico dramático, la razón dicta que no se cometa el error, aún más flagrante, de combatir el mal con otro mal.

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